3.3.12

Ignorar la historia


José Sarukhán (*)
. . . Patrick Buchanan, un telecomentarista político de filiación conservadora en EU, decía que la única lección que aprendemos de la historia es que nunca aprendemos de ella. Algo con lo que estoy muy de acuerdo, especialmente cuando se ignoran hechos y sucesos de la historia.
Viene al caso el comentario por varios sucesos, originados el primero de ellos el año pasado, con un artículo aparecido en el diario "Milenio", escrito por Ilgar Mukhtarov, embajador de Azerbaiyán en México, sobre lo que él describía como “una de las tragedias más brutales del siglo XX”, en referencia a una acción militar de independistas armenios en la recuperación de parte de la región de Nagorno-Karabakh, enclave originalmente armenio, anexada a Azerbaiyán por un “tratado” en 1921, y habitada por un gran número de armenios en las fechas del incidente narrado. En el transcurso de esas acciones, en Jodyali murieron 613 personas azerís, lo cual, sin duda, es desafortunado desde cualquier punto de vista. Pero igualmente murieron miles de civiles armenios en otros combates de este tiempo.

Resulta curioso el calificativo del embajador de “genocidio” para este lamentable suceso, cuando en el primer cuarto del siglo XX el imperio otomano produjo el primer genocidio de ese siglo, en el que murieron un millón y medio de armenios en el proceso de limpieza étnica, otro término usado ligeramente en el artículo citado. 
Al ser hijo de sobrevivientes del genocidio de los armenios a manos del imperio otomano, tengo idea clara de lo que ocurrió entre 1910 y 1918 en Turquía; no sólo lo he leído en numerosos relatos históricos: lo oí de mi madre, quien escapó por azares del destino a la muerte y las violaciones.
El segundo suceso es el resultado del cabildeo de la embajada azerí en las cámaras de Diputados y de Senadores de nuestro país para aprobar un pronunciamiento en contra de las acciones realizadas por los independistas armenios hace casi 20 años. A fines de 2011, dos miembros de distintos grupos parlamentarios, uno en cada cámara, promovieron una propuesta en exactamente los mismos términos. En el caso de los diputados, su Comisión de Relaciones Exteriores condenó (lamentablemente) la ocupación de Nagorno Karabakh y el “denominado genocidio de Jodyali”, exhortando al Ejecutivo a que, a su vez, “exhorte a la República de Armenia el cese inmediato de hostilidades en contra” de civiles azerís. Los senadores se limitaron a pedir, a partir de un punto de acuerdo sostener, “con respeto a la soberanía de los dos países”, pláticas para la resolución de los conflictos de la zona.
El artículo del embajador y el cabildeo en nuestro Congreso tiene una curiosa coincidencia con la decisión tomada por el senado de Francia (¡finalmente!) de declarar la acción del imperio otomano contra los armenios residentes en Turquía entre 1915 y 1918 como un genocidio y penalizar, en Francia, la negación de esos hechos. Esto no fue, como se puede fácilmente entender, del gusto del gobierno turco, que amenazó a Francia con medidas “especiales” al respecto.
A lo largo del tiempo, los sucesivos gobiernos turcos, en su arrogancia y resistencia a aprender de la historia, no sólo han rechazado la existencia de ese genocidio: han castigado con la cárcel (y ocasionalmente con la muerte, como el caso de Hrant Dink editor del diario Agos) a quienes se atrevan a expresar opiniones contrarias al dictum oficial.
Hacerse de elementos de la historia puede ayudar a no repetir, o validar por parte de nuestros legisladores, crímenes como el genocidio armenio.
"El Universal" (México), 2 de marzo de 2012
(*) Hijo de padres armenios, nacido en México, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) entre 1989 y 1996. Doctor en Ecología (University of Wales, 1972) e investigador titular en el Instituto de Ecología de la UNAM desde 1988. Ha publicado más de ciento diez trabajos de investigación y varios libros.

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