13.5.13

El genocidio armenio, un delito definido por la ley argentina

Vartán Matiossián

Como respuestas a la nota del embajador turco en la Argentina sobre el Genocidio Armenio aparecida en “La Nación” el 26 de abril, el diario publicó tres cartas de lectores y un artículo (27, 29, 30 de abril y 3 de mayo). Este artículo fue enviado el 2 de mayo y ha permanecido inédito desde entonces, por lo que estimamos conveniente someterlo a la consideración de los lectores.
 
El embajador turco en la Argentina, Taner Karaka, ha declarado que “me siento obligado a señalar las engañosas analogías y la incorrecta información histórica” (“La Nación”, 26 de abril de 2013) con motivo de un artículo publicado por el escritor Marcos Aguinis. Su desprecio por la verdad histórica nos obliga a hacer lo mismo.

El firmante recurre a la negación sin advertir que el genocidio armenio ha sido reconocido por la ley 26.199 y condenado por la justicia argentina en sentencia definitiva: "El Estado turco cometió el delito de genocidio en perjuicio del pueblo armenio en el período comprendido entre los años 1915 y 1923" (fallo del 1º de abril de 2011). Eso constituye, en última instancia, una apología del delito, ya que el negacionismo, aunque no esté tipificado como tal en la legislación nacional, es un delito ético.
La inexistencia de un fallo de un tribunal internacional no invalida la conclusión de reconocidos historiadores y juristas. La Convención de 1948, artículo 2, incisos a)-e) define como genocidio cinco diferentes actos con intencionalidad parcial o total de destruir el grupo como genocidio. El genocidio cometido contra el pueblo armenio abarcó los cinco actos, desde la matanza colectiva hasta el traslado por la fuerza de niños del grupo (islamización y/o turquificación forzosa). Se basó en una ideología proto-racista, nutrida de la discriminación que prevaleció en el Imperio Otomano durante siglos, donde los no musulmanes eran ciudadanos de segunda. Hablar de "amistad histórica" en la relación jurídica entre amos turcos y siervos armenios equivaldría, salvando las distancias, a hablar de la "amistad histórica" entre amos blancos y esclavos negros en el sur de los Estados Unidos hasta 1865. El diálogo entre historiadores o los "estudios académicos conjuntos" no pueden concebirse en un ambiente donde predominan las doctrinas de la Sociedad de Historia Turca y sus similares derivados del autoritarismo kemalista.
Para un historiador con todas las letras, no existe "genuina controversia histórica" que impida la analogía entre el Holocausto y el genocidio armenio. Obviamente, Adolfo Hitler no inventó la palabra "genocidio" el 22 de agosto de 1939. Su frase "¿Quién recuerda hoy la aniquilación de los armenios?" se usa para indicar que el jerarca nazi sabía lo que había pasado, hasta el punto de que ya había citado el exterminio de los armenios por primera vez en una entrevista de 1931. La "evidencia verdadera disponible" existe, pero los autores revisionistas turcos y no turcos no se han dado por enterados.
Si se habla del "sufrimiento de los armenios durante la Primera Guerra Mundial", no se puede traer a colación "el periodo previo" para los turcos. Los turcos que perecieron durante la guerra no fueron deportados a los desiertos de Siria y Arabia para morir o ser masacrados en el camino. De acuerdo con el razonamiento de Ankara, los seis millones de judíos y el medio millón de Sinti y Roma muertos o asesinados por los nazis contarían menos que los muertos sufridos por Alemania (entre 5,5 y 6,9 millones) durante la Segunda Guerra Mundial.
No hay prueba sustancial, fuera de la evidencia fabricada por el mismo gobierno otomano, de que los "grupos militantes armenios del Imperio Otomano (...) cooperaron con los ejércitos invasores". Las pocas "rebeliones" armenias fueron actos en defensa propia, tanto se trate de la defensa de Van como de la del Musa Dagh, perfectamente comparables en su motivación con el levantamiento del gueto de Varsovia. Los armenios habían reclamado que las potencias extranjeras hicieran cumplir las reformas administrativas prometidas por el tratado de Berlín (1878) que ellas mismas habían garantizado; si el Imperio Otomano las hubiera ejecutado, nadie las hubiera reclamado a los garantes. ¿Qué amenaza constituían los armenios turcoparlantes de Ankara, por ejemplo, que no se identificaban como armenios y vivían en el centro del Asia Menor, lejos de cualquier frente de batalla?
Los documentos de Alemania y Austria-Hungría, aliados del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, ofrecen una narrativa del genocidio que tiene numerosas coincidencias con la "narrativa nacional". Los armenios fueron aniquilados en una consciente, planificada, coordinada y sistemática campaña cuyo episodio fundamental se produjo entre 1915 y 1917. Varios gobernadores fueron separados de sus cargos por negarse a ejecutar la "reubicación", lo que indica que sabían el significado de esa medida. La declaración de que "durante la reubicación de la población armenia, el Imperio Otomano tomó medidas de seguridad para proteger las caravanas" carece de rigor histórico; la simple comparación numérica entre quienes partieron y quienes arribaron a destino revela el alcance de las "medidas de seguridad".
Los sofismas y las falacias no alcanzan para ocultar que la única verdad es la realidad: Turquía es un Estado que ha cometido un crimen contra la humanidad, como ya fuera denunciado el 24 de mayo de 1915 por las potencias aliadas. Su nombre moderno es genocidio. 


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