22.4.15

Nueva teoría turca: "No cometimos genocidio a propósito"



Vartán Matiossián


Después de las declaraciones del Papa y del Parlamento Europeo de la semana pasada, ni siquiera las declaraciones del 13 de abril del vocero de la O.N.U. Stephane Dujarric en nombre de Ban Ki-Moon, Secretario General, le dieron demasiado respiro a Turquía. Aunque los medios turcos debieron haberse regocijado al informar que Ban Ki-Moon califica los hechos de 1915 como un “crimen atrocidad” (atrocity crime), lo cierto es que esta expresión no es lo que creen que es, simplemente un “crimen atroz”, como la tradujo, por ejemplo, el diario “La Jornada” de México (13 de abril de 2015). (La misma interpretación equivocada, en media docena de formas distintas, apareció en los medios de Armenia y la Diáspora en armenio). Si el portavoz de la O.N.U. y, por extensión, su jefe, hubieran querido decir “crimen atroz”, hubieran usado atrocious crime y no “atrocity crime”.

Ban Ki-Moon escribió el prefacio para un documento de las Naciones Unidas publicado en junio de 2014, “Marco de análisis de crímenes atrocidad” (Framework for analysis of crime atrocities). Atrocity crime es una nueva “macrocategoría” de derecho internacional en desarrollo que engloba bajo un mismo rótulo los conceptos de genocidio, crimen de lesa humanidad y crímenes de guerra. Su propósito es el establecimiento de las bases para una acción rápida en caso de que los elementos que establecen una alerta temprana de matanzas lo hagan necesario, sin entrar en discusiones estériles sobre la caracterización legal de lo que está sucediendo (como pasó en Ruanda y en Darfur).
Entonces, para el secretario de las Naciones Unidas, 1915 fue a) un genocidio, b) un crimen de lesa humanidad, o c) un crimen de guerra. En todo caso, un crimen cubierto por el derecho internacional. Por eso decimos que Turquía no tiene demasiado motivo para ponerse contenta.
Para peor, la semana clave del 24 comenzó con el golpe asestado por Alemania. La presión de los diputados de la coalición gobernante consiguió torcer el brazo de la “dama de hierro” alemana, Angela Merkel, y el anuncio de una resolución parlamentaria que va a reconocer el genocidio el mismísimo 24 de abril obligó al gobierno de Alemania a alinearse y a desistir el 20 de abril de su posición evasiva que el canciller alemán continuó machacando hasta el domingo 19. Esta noticia, proveniente de un país con una inmensa comunidad turca de hasta 5 millones de personas, no debe haber sido fácil de tragar para el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y para el primer ministro Ahmet Davutoglu. Este levantó el teléfono para decirle a su colega de Alemania que saque la palabra impronunciable, con el argumento de que solamente se usó a partir de la Segunda Guerra Mundial. Como ya escribiera Robert Fisk el 20 de abril en The Independent” (el lector puede encontrar la nota en este blog), es como decir que la Primera Guerra Mundial no fue la Primera Guerra Mundial porque no se la llamaba de esa manera en 1914-1918.
El Parlamento de Austria, vecina de Alemania y el otro gran aliado del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, que al igual que los alemanes tiene una pila de documentos incriminatorios en sus archivos, el 21 de abril aprobó una resolución de condena del genocidio, refrendada por los seis partidos representados en el Poder Legislativo, en la que también se hace referencia a la responsabilidad de Austria-Hungría. (Por supuesto, Turquía ha llamado a su embajador para que pase una temporada de vacaciones en Ankara).  El consuelo para los turcos es que el mismo día el jefe de personal de la Casa Blanca y el viceconsejero de Seguridad Nacional de los EE.UU. declararon en un encuentro con dirigentes armenios de los EE.UU. que el presidente Barack Obama no va a reconocer el genocidio en su declaración de este año. Por supuesto, Obama ha reconocido el genocidio cada vez que ha dicho Meds Yeghern”, pero muy pocos armenios se han dado por enterados. (Esa es otra historia, que los lectores de este blog que dominan el inglés o el armenio pueden leer en algunas notas de quien esto firma).
Para terminar, es importante desmenuzar la declaración det Davutoglu, artífice, como ministro de Relaciones Exteriores, de las lágrimas de cocodrilo que el entonces primer ministro Erdogan derramara en 2014. Mientras no pasa día sin que Erdogan y sus acólitos despotriquen contra el Papa, el Parlamento Europeo, y probablemente ahora contra Alemania y Austria, la declaración del 20 de abril de Davutoglu repitió más del mismo llanto.
El texto revela otro intento de poner una “fachada humana” para decir esencialmente palabras vacías de contenido: “Para alcanzar la verdad, basta con lograr una memoria justa, empatía, lenguaje respetuoso y una manera razonable y objetiva de mirar a las cosas”. Parafraseando a Ortega y Gasset, ¡Turcos, a las cosas!” Quienes pretenden un lenguaje respetuoso, deben comenzar por llamar a las cosas por su nombre. Los armenios no hicieron una mudanza de muebles en 1915 para que se la llame  “reubicación” porque “deportación” causa terror pánico en la “historia oficial” turca.
“Durante los años finales del Imperio Otomano, muchos ciudadanos de diversos orígenes étnicos y religiosos, quienes habían vivido juntos en paz y hermandad, sufrieron grandes penas que dejaron cicatrices profundas,” dijo Davutoglu. “Es una responsabilidad histórica y humanitaria de Turquía proteger el recuerdo y la herencia cultural de los otomanos armenios”. Hasta ahora lo único que vimos en 12 años fue la reconstrucción de Aghtamar. Los cientos de monumentos armenios cayéndose a pedazos, desde Aní hacia el oeste, y los miles totalmente destruidos cuentan otra historia.
Según Davutoglu, “hoy, nuestra común responsabilidad y llamado es curar heridas de un siglo y restablecer nuestras relaciones humanas,” probablemente con un kebab y una botella de raki de por medio. “La antigua civilización anatólica nos enseña a ser dueños de nuestra historia, a recordar nuestras alegrías y penas, curar nuestras heridas colectivamente y a mirar al futuro juntos”. ¿Dónde estaban esas enseñanzas antes y después de 1915? (No hay ni ha habido ningún pueblo llamado anatólico con tal civilización). ¿Bailamos un chifte tellí juntos y pasado pisado?
El primer ministro turco arguyó que “no discriminamos entre las penas” (o sea, nosotros tenemos tantas o más que ustedes) y que “reducir todo a una sola palabra, echar la responsibilidad a través de generalizaciones sobre la nación turca solamente, y además combinar esto con un discurso de odio es legal y moralmente problemático”. Pareciera que el gobierno de Armenia (!) hubiera decretado en 1915 matanzas y deportaciones masivas de turcos, destruido su civilización y apoderado de su territorio. Es extremadamente fácil hablar de moralidad con un discurso basado en la falsedad y la tergiversación.
El viceprimer ministro Bülent Arınç agregó un disparate tras otro a los dichos de su superior el mismo día. Después del cuento chino de “No existe la desgracia del ‘genocidio’ en la historia turca,” la frutilla del postre fue lo siguiente: “Somos los protectores de naciones oprimidas, nunca las traicionamos. Sabemos que hubieron acontecimientos trágicos que las bandas rebeldes, una vez consideradas naciones [sic] leales, tuvieron que enfrentar. No cometimos genocidio a propósito o voluntariamente”.
El Imperio Otomano era un imperio, no una confederación. No protegía naciones, las oprimía. Para el viceministro, este protector de naciones oprimidas “reubicó” casi dos millones de personas sin ninguna seguridad en el camino ni confort en el punto de llegada, ignorando por completo que estaba condenándolas a muerte segura y que sus subordinados no eran precisamente de confianza. El nuevo agregado turco a la teoría de genocidio establece que se puede cometer genocidio sin intencion criminal (involuntariamente). O sea, uno es un criminal, pero sin querer. Para decirlo en palabras de Davutoglu, es legal y moralmente problemático.
Tan problemático como las palabras finales del primer ministro turco: “Volvemos a recordar respetuosamente a los armenios otomanos que perdieron sus vidas durante la reubicación de 1915 y compartimos el dolor de sus hijos y nietos”.  El empleado de una empresa de entierros puede decir diez veces por día “lo siento” a los deudos de cada difunto y eso no hace que necesariamente comparta el dolor de sus hijos y nietos. 
Los vivos quieren (y tienen que) liberarse de esta negación infinita e interminable para que, además, los muertos descansen en paz. La memoria del genocidio fuerza a los armenios a permanecer prisioneros de su pasado, dijo el novelista y analista político Rubén Hovsepián, editor de Droshak, a AFP (22 de abril de 2015). “Al dilapidar tanta energía para forzar a Turquía a reconocer nuestro genocidio, no llegamos a construir nuestro propio porvenir”. La cháchara barata de las condolencias huecas no sirve. Mientras la mentira oficial sigue hablando de acontecimientos trágicos, ese tren ya ha pasado hace mucho.

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